Una amiga tatuadora me contó que su examen final para volverse profesional fue tatuarse a ella misma. Supongo que en varios oficios ocurre algo similar, en el mío la «tesis» fue remodelar y decorar mi casa. La llamo La casa del farol rojo porque es así como la describo para que la gente la encuentre.
Cuando al fin, mi marido y yo pudimos cumplir el sueño de la casa propia, nos dimos cuenta que de acuerdo a nuestros ingresos podíamos acceder a una casa de unos 70 años de antigüedad. Entre dudas y cara de «es lo que hay», decidimos ponerle garra y seguir adelante con el proyecto de tener una casa con edad.
Como toda construcción de edad avanzada, la casa tenía materiales nobles entonces la consigna fue reutilizar todo: aprovechar las paredes de 30 cm de grosor, un impecable techo con vigas de madera y aberturas de gran porte.
Tanto empeño y dedicación dio como resultado un lugar «único». Cada espacio fue aprovechado de manera práctica, siempre considerando lo estético y conservando ese toque de originalidad. En la imagen superior pueden ver como un simple pasillo que servía como depósito de maderas, se convirtió en el corazón de la casa, por supuesto hablamos de la cocina. Donde también se encuentran integrados el comedor, el estar diario y la parrilla con total armonía.
Espero les guste el primer post sobre La casa del farol rojo. Ese lugar que tanto cuido, que tanto amo, donde siempre hay olor a comida recién hecha, mascotas descansando en el sofá y ¡donde todos son bienvenidos!. (Continuará)
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